El año 2020 pasará a la historia, de eso no tenemos ninguna duda. Un año en el cual un virus de origen oriental logró confinar al mundo occidental, será recordado por siempre. Quizás por ello, a inicios de la cuarentena europea y americana, un importante grupo de intelectuales occidentales publicaron sus tesis a favor de la llegada de grandes cambios para los Estados y sus sociedades. La refundación del Estado y las nuevas relaciones internacionales fueron los principales temas de atención.
Lamentablemente al Perú, y al Cusco, la ola reformista (por lo menos teórica) llegó muy débil. Si bien la precariedad del sistema de salud pública y el sistema educativo invitó al presidente Vizcarra, a los congresistas y algunos actores políticos a impulsar la reactivación del Acuerdo Nacional; lo cierto es que, una posibilidad de reforma del Estado aún está muy lejos de iniciarse. A pesar de los buenos textos que se escribieron al respecto; sobre todo, desde el Instituto de Estudios Peruanos. (Sugiero la revisión del texto “Crónica del Gran Encierro”).
Siendo justos, el desinterés al movimiento internacional reformista no es propio del presente; si observamos los sucesos históricos más importantes de los últimos siglos el Perú fue un país desinteresado por las nuevas ideas y tendencias reformistas. No por gusto, fuimos de los últimos en independizarnos formalmente. Y el último en intentar construir una República verdadera, empresa que hasta el día de hoy, y a un año del bicentenario, tratamos de concluir. Somos pues, un país conservador.
Las reflexiones más importantes para la clase dirigente se enfocan en la conservación del mercado pre-COVID-19, con sus mismos problemas (altísima informalidad) e injusticias (brechas sociales). Resulta ser tan fuerte el neoliberalismo peruano que, a pesar de la evidencia pública y dramática de la fragilidad de nuestro Estado, tuvo la capacidad de esconder la agenda reformista, y en algunos casos satanizarla (v.gr. la irrupción de la figura de Hugo Blanco mediante la proyección de su documental y el tema de la expropiación de las clínicas privadas). Mientras que en el resto de países, a pesar de sus crisis sanitarias y económicas propias, se debate con libertad el futuro del Estado, la democracia como régimen político válido en tiempos de altísima digitalización y la coherencia jurídico-fáctica entre el modelo económico constitucional y su mercado; acá lo que menos nos interesa es la reflexión, ¿alguien sabe si el Acuerdo Nacional sigue sesionando?
Es bastante triste la situación; pues, si algún tren solo pasa una vez: es el de la historia.
Los encargados de subirnos al tren de la historia, prima facie, son los políticos. Su incapacidad de hacerlo, y las consecuencias que esto conllevará, es la responsabilidad de todos nosotros por mantener y aceptar una clase política amateur, muchas veces prestada de otras actividades, principalmente del empresariado, que, debido a su falta de formación política la interpretación de éste contexto histórico resulta ser un asunto de etiquetas.