La pluralidad social, política, económica y hasta geográfica también se evidencia en el estado de emergencia. La vulnerabilidad de las personas y empresas está dependiendo no solo de la capacidad de contagio y fatalidad propia de la COVID-19, sino que también de su comportamiento de acuerdo a cada realidad regional-departamental. A pesar de ello, el Gobierno no tomó de la mejor manera las sugerencias del Colegio Médico del Perú para hacer cuarentenas focalizadas incluso por distritos; o de otros destacados profesionales que sugirieron pasar a las cuarentenas regionales si es que acaso éstas son necesarias, dependiendo del factor de contagio en cada territorio regional, provincial y distrital. Es decir, incluso en estos momentos, Lima defiende sus fueros centralistas.
Muchos apurimeños siguen sin entender el costo de la paralización de su economía y, en general, de sus actividades. En su región, el nuevo coronavirus COVID-19 prácticamente es una leyenda. Su número de contagios, al momento de escribir ésta columna, llega a los 380 casos de contagios y no reporta ningún muerto; su sistema de salud se mantiene incólume. Empero, su capital, Abancay, está paralizada como si fuera un distrito más de Lima; sufriendo los mismos problemas socio-económicos cargados por una falsa idea de realidad nacional homogénea. La situación apurimeña es, en la práctica, la misma de todas las regiones y ciudades de los andes peruanos, donde el nuevo coronavirus COVID-19 parece sufrir de soroche.
Algunos estudios muestran una menor lesividad de la COVID-19 en las ciudades por encima de los 3000 m.s.n.m, se dice por la alta radiación ultravioleta y el fuerte sistema respiratorio del hombre andino. Una bendición para quienes crecimos y vivimos en los andes. Sin embargo, la estrategia de contención contra el nuevo coronavirus COVID-19 sigue siendo la misma para todas las regiones. Un error que nos puede costar muy caro en términos económicos y sociales.
El último viernes 12 de junio, el gobernador regional de Cusco mencionó dos asuntos trascendentales para entender la pandemia en el Perú: 1. Una heterogeneidad en el comportamiento de la COVID-19 en el país; y, 2. Que, el Perú no es Lima.
Con estos apuntes el gobernador de Cusco representa el sentir de muchas autoridades a nivel nacional que tratan de administrar la crisis con recursos administrativos y normativos aprobados sobre la mirada del escritorio en una oficina de la Plaza San Martín en Lima, que transportada a los gobiernos sub-nacionales tienen un serio alejamiento de su realidad. No quiero justificar las deficiencias en sus gestiones de muchas autoridades, sino evidenciar que la yuxtaposición normativa en el país siempre fue un error y óbice para la buena administración del Estado, lo cual se agudiza en tiempos de crisis.
Es cierto que la descentralización venía dañada antes de la aprobación del estado de emergencia, es también verdad que la población no confía en sus alcaldes y gobernadores regionales, pero el momento exige un funcionamiento integral y cohesionado del Estado. La administración centralizada (y centralista) de la pandemia ha demostrado que, el centralismo cuida muchos sus intereses y aprovecha el momento para hacerse más fuerte. Advierto que, se viene ventilando por los medios de comunicación nacionales una narrativa donde es el Gobierno quien centraliza toda la administración de la pandemia, y una idea generalizada de ineficiencia y descuido de los gobiernos sub-nacionales, ¿con qué objetivo?
Soy de los que creen, con mucha tristeza, que la descentralización en el país ha fracaso; pero este es un momento histórico ideal para relanzarla. Así demostrar que la heterogeneidad que explica la autoridad regional de Cusco es un beneficio para el País; y, que no reconocerla es un error que venimos arrastrando desde la occidentalización de los andes.