El COVID 19 nos volvió al escenario de observación de la seguridad de las sociedades y sus hábitats; este es el caso de las ciudades en las que viven ahora el 70% de la población mundial. En la ciudad del Cusco, el problema de las epidemias, enfermedades y los sismos es una constante crítica en su desarrollo que ocupó sus ideas religiosas y evidenció su vulnerabilidad.
En el periodo prehispánico hubo dioses y ritos, como Pachacamac o dios ctónico de los temblores, ritos como guaricense (ofrendas a los dioses para calmar los temblores) o el Citua Raymi (de expulsión de los males llevaban campañas de limpieza de la ciudad). En el periodo colonial, la religión dio consuelo espiritual ante los efectos de la vulneración de estos factores. En medio de los estragos de los sismos se generó el culto al Señor de los Temblores en 1650. Los hospitales de naturales y un precario sistema de salud con los protomedicatos no fueron suficientes para atender las enfermedades y epidemias, quedando el testimonio de los cusqueños que creían que los santos como a San Sebastián o San Roque -santo de las epidemias- y la Virgen Dolorosa los auxiliaron en diferentes pestes que los asolaron.
Hasta fines del siglo XIX la ciudad tenía fama de insalubre; recién en las primeras décadas del siglo XX, la ciudad introduce la modernización con servicios básicos. Como estos servicios siguen sirviendo, pareciera que la ciudad del Cusco no hubiera cambiado. Por descuido de las autoridades, el mercado central ha cambiado de uso en artesanal y “el mercado de lado” que lleva esta función, es insuficiente como centro de abastecimiento en el centro histórico. Los mercados que fueron creándose también en los distritos presentan deficiencias de servicio. El antiguo hospital de Antonio Lorena ha sido inutilizado; por la corrupción reinante el nuevo proyecto constructivo, ha sido abandonado. El hospital Regional prácticamente ha desbordado su límite hace décadas. El sistema de atención mortuorio de la ciudad no tiene centros crematorios que necesita una ciudad que ha presentado gran crecimiento, la Beneficencia que lleva función en este campo no ha modernizado sus servicios. En general, quedó pendiente resolver una serie de problemas del desarrollo de la ciudad que amenaza su seguridad, solo recordemos el caso del tratamiento de la basura de la ciudad.
En este escenario de vulnerabilidad que se arrastra en la mala gestión de la ciudad de las últimas décadas, ha mostrado a los peores alcaldes que no lograron plasmar contribución en el desarrollo urbano, y solo protagonizaron prácticas populistas que hicieron perder el tiempo y los fondos mayormente orientados al turismo. Actualmente, las autoridades ediles, se muestran abrumados, protagonizando contramarchas envueltos en algunos encargos de asistencia social que hace el Estado en medio de la expansión pandémica que los sacó “de su adormecimiento”; en este proceso, las gestiones se han paralizado; al respecto, hay quienes se preguntan si tendrán iniciativas los ediles para llevar las funciones municipales en adelante; todo parece indicar que se quedarán solo en estas tareas asistenciales. Los municipios no han mostrado capacidad de resolver ninguna obra y servicio que contribuya en levantar la vulnerabilidad e impulsar el desarrollo de la ciudad. Su ineficiencia los ha convertido solo en solicitantes del gobierno regional, volviéndolo a este en un “municipio grande” condicionándolo a esta práctica populista que ha influido a dejar también sus funciones en el desarrollo regional y sin orientación. Este círculo vicioso en el que ha venido actuando la ineficiencia y el populismo debe seguir siendo alertado, especialmente por la prensa crítica y la intelectualidad y de una ciudadanía que anhela en el futuro una ciudad sostenible para las nuevas generaciones.