EL ANHELO DEL GRAN SUR

La historia es una memoria colectiva, que aún adulterada a capricho, a veces nos sirve para entender situaciones que a pesar del tiempo transcurrido permanecen. Tras la famosa “independencia” del Perú (ese negocio de criollos), el país quedó sumido en el caos y la anarquía. En ese momento, una fractura histórica salió a la luz. La gran diferencia entre el sur y el norte.
Durante el Virreinato, existía todo un eje comercial que incluía Cusco, Puno, el Alto Perú, con las minas de Potosí como grandes receptoras de productos, Catamarca en el Río de la Plata y sus caravanas de mulas cargadoras, lo que posibilitaba el desarrollo de la ciudad imperial hacia el sur. La “independencia” rompió dicha estructura, con la creación de nuevos países (Bolivia y Argentina), perjudicando al sur en provecho de la ciudad de Lima, antojadiza capital de la naciente república.
La división en dos del Perú, estado Sud peruano (1836-1839) y el Nor peruano, por parte de Andrés de Santa Cruz significó en forma física una separación que significó en términos concretos el crecimiento del sur. Este crecimiento, reforzado por la Confederación Peruano-boliviana incomodó a Chile, que complotó para su desaparición.
La Guerra del Pacifico, una guerra iniciada por la oligarquía capitalina y perdida por esta, demostró que se gobernaba desde Lima y para Lima y de espaldas a grandes intereses, indispensables para conformar una nación. Paradójicamente, la resistencia y los únicos triunfos fueron obtenidos por el Tayta Cáceres en los Andes del Perú.
El desarrollo tecnológico fomentó el desarrollo de la costa y aparición del proletariado urbano. Creció la producción de las haciendas de arroz, se dinamizaron los comercios y las fábricas. Mientras tanto, el Sur del país dormía en el sueño de opio de su antiguo esplendor.
Dos son los principales problemas que pudren los cimientos del Estado, siendo los habitantes los que sufren las consecuencias, uno es la corrupción y el otro es el centralismo. Ambos, están relacionados y solo una regionalización estudiada, con base histórico-social-económica, podría ayudar a combatirlos.
Tenemos un Estado que no consolidó una nación y habitantes que no llegaron a ser ciudadanos por culpa de quienes dirigen el Estado. Esto genera un círculo vicioso pues esos mismos habitantes son forzados a elegir a quienes los gobernarán. Suenan las reminiscencias del voto del “Pisco y la butifarra”.
La pandemia del Covid 19 ha vuelto a poner sobre el tapete la fractura histórica mencionada y lo monstruoso del centralismo y la falsa regionalización. Miles de millones son arrojados o al agua o a los bolsillos de autoridades corruptas, mientras el pueblo muere resignado.
El Perú es un gigante moribundo, o si somos algo optimistas podemos decir que solo dormido. Sin embargo, ¿cuál será el canto, el gran anhelo que logre despertarlo? Es hora de replantearnos la función del Estado, ya no podemos tener la mascarilla en la boca y la venda sobre los ojos. Es tiempo de que el sur vuelva la cara hacia el sur, una mirada con base histórica, y deje de entregar pasivamente sus recursos a Lima. Los líderes del mañana tienen ese reto, ese desafío. Tal vez el mito del Gran Sur aún encuentre eco en los adoloridos corazones de la masa.

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