RADIOGRAFÍA DE UN MONSTRUO

Los extractos de la confesión dada por el padrastro que mató a niña de 2 años en San Jerónimo.

El alma de los cusqueños está herida. Una familia protagonizó uno de los hechos de sangre más desgarradores de los últimos años. Carlos Orcosupa de 21 años mató a patadas a su hijas­tra. La madre biológica de iniciales S. A. Q. H. de 17 años, fue testigo de todo lo ocurrido y en lugar de reaccio­nar como madre y defender a su hija de 2 años, habría preferido ser cóm­plice del asesino confeso. El dominical Tendencia Semanal del canal Qosqo Times, accedió a algunos detalles de la confesión del padrastro y cada fra­se del desalmado, son una verdadera puñalada a la consciencia de un ser humano.

Durante el interrogatorio de la poli­cía, por momentos, Orcosupa soltaba una sonrisa aterradora. Como si al recordar las patadas que le infringía a la niña de dos años mientras comía, le generaran alguna satisfacción. Pero al mismo tiempo era consciente de lo que había hecho, pues trataba de mi­nimizar su pérfido comportamiento. “No creo que la patada la haya mata­do”, señalaba con descaro y frialdad. Pero el día del asesinato que terminó con la vida de la “chinita”, como la lla­maban cariñosamente su abuela y sus tías paternas, fue el punto final a una larga etapa de torturas durante su cor­ta vida, púes su cuerpo estaba lleno de moretones.

En su confesión, el asesino da mues­tras de su desprecio por la niña que debía soportar a diario, al llegar can­sado del trabajo, pues ni su nombre conocía. “No había discusiones, nos llevábamos bien, a veces por su hija discutimos porque no le hacía caso y lloraba mucho. Como yo trabajaba ne­cesitaba descansar y que no haya bulla, ha sido accidental la patada que le di a la niña, no sé su nombre de la niña, su mamá le decía china”, cuenta Carlos Orcosupa Rojas, el obrero que traba­jaba en las ladrilleras en San Jerónimo y que ahora podría pasar el resto de su vida en la cárcel.

Los psicólogos del Ministerio Públi­co y los peritos de la policía toman nota de cada gesto, del más mínimo movimiento o de cualquier cambio de humor del asesino mientras relata la atrocidad cometida. Tiene fluidez verbal al contar lo sucedido, recuerda detalles de los hechos que sirven para reconstruir el momento de crueldad extrema que terminó con la vida de la niña de 2 años el pasado 4 de abril. “Es que cuando estaba jugando quería yo silencio, quería descansar temprano para trabajar al día siguiente, no me gusta la bulla, se acercaba y le soba­ba en su espalda pero no era fuerte, su mamá igual le sobaba en su espalda. Yo no soporto la bulla eso me da có­lera reniego y ella sabía. Como estaba renegado, cuando botó de su boca la comida, me ha provocado ganas de vomitar, por eso la pateo, solo mi in­tención era patear la pared al momen­to de patear su hijita se movió y le ha cogido, eso fue todo”, indica la escalo­friante confesión.

Mientras va contando lo sucedido y va entrando en confianza, el asesino con­fiesa que fueron varias las patadas que le propino a la menor, quien a medida que recibía los golpes, iba silenciando el llanto y también su vida. Así, des­pués de algunos minutos, el angelito de ojos chinitos, quedó totalmente in­consciente. ”Primero fue en la espalda la patada, fue leve, como empujando, como no dejaba de llorar, mi intención no era patearla a la niña, entonces se asustó más y ahí se movió y la segunda patada le cayó en su espalda. Se asustó porque me escuchó decir que se calle, por eso le volví a patear, eso nada más, no fue con intención de hacer algo, no me gusta la bulla, reniego, me da có­lera fue por eso, ya dije todo, no me acuerdo más. Su mamá estaba sentada a su costado, le decía cállate y yo le pa­teo a la altura de su cuello, la niña ha llorado, como la niña estaba suelta, me acerqué a su boca y su nariz, si seguía respirando y seguía llorando”, señala a la policía el asesino, quien remata la confesión con un ensayo de justifica­ción, “como estaba comiendo papa en su boca, creo que por eso no respiraba, por haberle pateado no creo”.

Después de tantos golpes, la niña que­dó en silencio, como suplicando por su vida. “No sabíamos qué hacer ambos, yo pensé como estaba en el suelo iba respirar, en eso su mamá le estaba la­vando la cara, yo le dije o le llevamos al hospital, como con agua reaccionan cuando se desmaya, ella me dijo que se le iba pasar con agua”. Empero, la “chinita” de dos años, ya estaba muerta.

Después de lograr su cometido, Carlos y la madre se habrían puesto de acuer­do para arrojar el cadáver en el rio Huatanay. Ya tenían planificado ir a la comisaría para denunciar la desapari­ción de la menor. “Más fácil para que lo encuentren puede ser en el río, ella (la madre) me dijo ya ahí no más para que lo encuentren más rápido”.

La confesión es aún más indignan­te cuando Orcosupa cuenta que los moretones que tenía la niña en sus piernas y espalda, eran producto de los golpes que le propinaban con el cable del cargador de celular e incluso, por mordidas y otras formas de tortura. La niña ni siquiera tenía un colchón para dormir, descansaba en el piso, so­bre una manta que estaba tirada a los pies del colchón donde descansaban su madre y su padrastro.

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